Experiencias dolorosas que la personalidad es incapaz de asimilar, que no puede integrar, es decir, que no se pueden recibir con naturalidad, sin estrés ni resistencia, son registradas como memorias que calificaremos de activas. Son en esencia, aquellas en las que se activa el miedo, de una u otra forma o mentalmente, aquellas, en que la personalidad se siente agredida física, emocional o mentalmente, aquellas, en las que su supervivencia, en sentido amplio, está amenazada. Cualquiera que sea la naturaleza del sufrimiento y no haya capacidad de adaptabilidad a la situación, surge la resistencia, motivo por el cual, la energía se bloquea y se “carga en nuestro ordenador mental” una memoria activa, una tensión no resuelta, que será utilizada posteriormente para crear un determinado sistema de defensa.

Los traumas pueden ocasionarse en cualquier momento de la vida, pero los que suelen anclarse más profundamente en la consciencia, son, los que se viven en el momento de la muerte, en el momento del nacimiento, y durante la primera infancia. En cualquier caso, lo que marca más profundamente la memoria es: o bien la intensidad del impacto, o bien la duración del sufrimiento.

No es necesario que ocurra un hecho importante para crear una memoria activa, ni es la importancia exterior del acontecimiento lo que cuenta. Lo que determina la intensidad del trauma, es la vulnerabilidad de la persona en aquel momento y difiere muchísimo de unos seres a otros.

En general, las memorias que más nos condicionan, son las más inconscientes, las que menos recordamos, incluso, las que no recordamos en absoluto, el mecanismo primario de protección, hace que releguemos las memorias más dolorosas a la profundidad del inconsciente, pero no por ello olvidadas, el inconsciente no olvida nada.

Pocas son las personas que recuerdan de un modo consciente, lo esencial de las heridas que se grabaron en su mente, durante los cinco o seis primeros años de su vida. Han puesto un velo sobre el conjunto para olvidar y, así, no sufrir. Pero eso tiene un precio, porque las memorias permanecen activas y condicionan la vida de adulto, robándole cualquier posibilidad de felicidad duradera y de libertad.

Hoy en día, existen técnicas, que nos permiten trabajar estas memorias activas, directamente, desde la intensidad de la propia emoción, pero desde la posición perceptiva del observador, que activa el conocimiento, pero desde la distancia. Las técnicas basadas en la geometría, luz, color y dinámicas activadas a través  del sistema límbico, nos permitirá acceder a dicha información para solucionar aquellos temas pendientes que nos afectan en nuestro día a día.